Riesgos para la democracia: deshumanización

Democrítikos
8 min readJun 9, 2021
Portadas de ‘Der Giftpilz’, “La seta venenosa”, un cuento infantil antisemita producto de la propaganda nazi y destinado al adoctrinamiento de los niños alemanes durante el Tercer Reich. Presenta a los judíos como setas venenosas que había que arrancar. Preparaba, en definitiva, a la siguiente generación para odiar irracionalmente. Una gran pregunta sería hasta qué punto logró la desnazificación desmontar estas ideas en los jóvenes alemanes tras la guerra.

— David Soler —

La espiral descendente que lleva de la humanidad a la inhumanidad no se conforma de la noche a la mañana. La socióloga Arlie Russell Hochschild construyó en sus estudios sobre prejuicios raciales e ideológicos en el sur de Estados Unidos una potente metáfora de cómo funcionaba el pensamiento de muchos estadounidenses blancos de clase media baja. En una entrevista a CXT lo expresaba así:

Uno se encuentra haciendo fila, como en un peregrinaje. Al final de esa fila está el sueño americano, que desea y cree merecer, porque ha cumplido las reglas y trabajado duro toda la vida. Pero la fila no se mueve. De repente, uno empieza a ver cómo otra gente se cuela por delante de él en la fila. Eso provoca una enorme sensación de injusticia. […] Los que se “cuelan” son negros que, mediante políticas de discriminación positiva, tienen acceso a trabajos que normalmente estaban reservados para blancos.

Antes de la Affirmative Action, las políticas estatales de discriminación positiva, las mujeres no podían acceder a los trabajos de hombres. Ahora pueden. Inmigrantes y refugiados, todos estos grupos. Esta gente que espera en la fila no tiene ningún rencor contra nadie en concreto. Solo quieren alcanzar el sueño americano, pero algo se interpone en sus caminos y les empuja hacia atrás.

En esta historia, esto es culpa de Barack Obama, que debería patrullar la cola. Para todo el mundo parece que él sea el que facilita que otros se cuelen. Esto hace del Gobierno federal una máquina gigante de marginalización. “Es su gobierno, no el nuestro. No quiero pagarles impuestos. Quiero estar fuera. Soy un extranjero en mi propia tierra”. Hay otra parte de esta deep story (historia profunda): mientras la fila no avanza, ves a alguien delante de ti darse la vuelta y decir “Estúpidos sureños. Estáis atrasados. Sois unos ignorantes”. Es como una bofetada.

A esta mentalidad de culpabilización hacia abajo, hacia los que históricamente han sido menos favorecidos y ahora empiezan a ascender, Hochschild la relacionó con el concepto de historia profunda (deep story). Esta sería un relato basado en el “siento que…”, en los símbolos y emociones primarias que arrancan todo raciocinio y todo hecho factual. Lo importante es qué sentimientos genera esa sensación de supuesta desposesión , de “gente colándose”, y no si esto se corresponde con los hechos realmente. Y además de gente que no debería colarse, ya que en el fondo, “son inferiores”. El relato que nos contamos siempre es relevante.

Foto de un mitin de Donald Trump en Green Bay, Wisconsin (abril 2019) por Saul Loeb.

Pero también desde las élites políticas cercanas (al menos en retórica) a los grupos históricamente marginados se desprenden deshumanizaciones de esos que “guardaban la fila” y se sienten estafados por el sistema. Cuando Hillary Clinton llamó “deplorables” a todos los votantes de Donald Trump, entre los que por supuesto no hay sólo nacionalistas blancos o misóginos estereotipados, encarnó también esa arrogancia despreciativa. Esa exclusión mutua entre demócratas y republicanos, extrapolable a otros países como España, forma parte de un serio problema de convivencia y un riesgo para la democracia.

Según la RAE, deshumanizar significa “Privar de caracteres humanos.” “No pasaréis. La rata chepuda. El trifachito. El gobierno de criminales. Jarabe democrático. Son todos asesinos y terroristas-comunistas. Son todos fascistas y racistas. O comunismo, o libertad. O fascismo o democracia…” ¿Nos suena, verdad? Recupera la tercera falsedad denunciada por Jonathan Haidt que vimos en el primer riesgo: “La vida es una batalla entre las buenas y las malas personas”. Esta falsa y dañina creencia, popular hoy en España, hace presa de aquellos que deshumanizan y los puede llevar incluso a amenazar de muerte.

Pintada en la calle Valentí Almirall i Llozer de Girona con la amenaza “Arrimadas y Rivera, os mataremos”.

“La línea que separa el bien del mal no pasa entre Estados, ni entre clases, ni entre partidos políticos, sino que atraviesa cada corazón humano”. -Alexander Solzhenitsyn

*

El aparato propagandístico nazi ha pasado a la historia como la más eficaz y siniestra maquinaria de deshumanización de aquellos designados como “indeseables” y “anti alemanes”: judíos, gitanos, homosexuales, disidentes políticos, discapacitados. Apoyándose en la historia profunda de los alemanes y de su contexto (el antisemitismo reinante en la época, la conspiración de la puñalada en la espalda), cansados de los efectos de las crisis económicas y de los duros términos de paz (o de armisticio, más bien), Hitler movilizó las más bajas pasiones y los más terribles sentimientos de agravio, resentimiento, odio, ira y agresividad.

“El judío parece humano, con rostro humano, pero su espíritu es inferior al de un animal. Un caos terrible campa soberano en esta criatura, una horrible necesidad de destrucción, deseos destructivos, mal sin parangón, un monstruo, un ser subhumano, decían desde las SS. Nótese la reducción de la pluralidad de individuos a un singular estigmatizante: “el judío”. El cuento infantil Der Giftpilz (La seta venenosa) advertía a los niños de que “Los judíos son personas malas. Son como setas venenosas.[…] El judío es causante de miseria, de pena, de infección y muerte”.

Póster nazi de la Dinamarca ocupada en el que se convierte a los judíos en ratas a las que hay que destruir. Solo uno de los muchos ejemplos de la propaganda racista del Tercer Reich.

El contexto contribuía desde largo tiempo. Una oración del misal de Viernes Santo de la Iglesia Católica rezaba: “Oremos también por los pérfidos judíos para que Dios quite el velo de sus corazones”. Estuvo en vigor hasta finales de los 60, y no dejaba de apoyarse en el antisemitismo tradicional que había dado lugar al mito de que los judíos eran deicidas, asesinos de Jesús (obviando al parecer por el camino que el propio Jesús fuera judío así como sus parientes, discípulos, etc, sin los que el propio cristianismo no existiría, además de las inacabables paradojas de reverenciar un sacrificio profetizado, al tiempo que se excluye de la historia a los colaboradores de tal profecía).

Después se fomentaron leyendas medievales como los libelos de sangre y conspiraciones modernas como la de Los Protocolos de los Sabios de Sión o la Banca Judía Internacional. Por ejemplo, el dictador Francisco Franco volvía obsesivamente sobre la idea de la “conspiración judeo-masónica-bolchevique”. Sin despeinarse, los antisemitas de todo signo ideológico parecían no tener problemas en acusar a los judíos de ser malvados conspiradores capitalistas y comunistas al mismo tiempo. Al parecer aquí sí se daba un auténtico caso de bilocación digno de la expresión “estar en misa y repicando”: comunistas y capitalistas, pacifistas y belicistas a un tiempo. Cualquiera que emplee su propia razón llega a la conclusión de que se eligió un chivo expiatorio para las propias contradicciones de toda la humanidad. Pero la razón, el empirismo o el pensamiento crítico no caracterizan precisamente a este tipo de creencias.

“Detrás de los poderes enemigos: el judío” (1942). Cartel nazi durante la Segunda Guerra Mundial que presenta a los judíos como los que mueven los hilos tras los Aliados contra Alemania.

Nadie en su sano juicio puede esperar que tras este tipo de campañas esperpénticas, pero omnipresentes, de deshumanización y de conversión del otro en un parásito, el paso siguiente más probable no fuera la “desparasitación”. En otras palabras, el camino hasta el genocidio está sembrado de manipulaciones emocionales y de reducción progresiva de la condición humana de quien acabará siendo eliminado.

Obviamente el de los nazis y el antisemitismo no fue el único caso, y vemos repetirse el proceso antes y después: los fieles vs los herejes; los ciudadanos vs los bárbaros; los puros vs los impuros; los civilizados vs los salvajes; España vs la Anti España; los burgueses vs el proletariado; los patriotas vs los traidores; jacobinos vs reaccionarios; los nacionales vs los afrancesados; los libertadores vs los opresores. Los hutus de Ruanda, antes de lanzarse al genocidio de los tutsis en 1994, los calificaban repetidamente en sus medios como “cucarachas”.

Al final toda partición absolutista de la realidad conduce a una progresiva escalada de las tensiones y el miedo o el odio al otro. Se le teme o se le odia, jamás se le comprende, pues comprenderle sería visto como una “debilidad” y supondría humanizarle. Algo que las ideologías, firmes creyentes cada una de poseer la verdad total, no pueden permitirse. “Convertiremos Francia en un cementerio si no podemos regenerarla”, dijo el revolucionario jacobino Jean-Baptiste Carrier en el contexto de la Revolución Francesa. El perseguidor siempre cree estar haciendo una sencilla y positiva labor de limpieza.

“La masacre de San Bartolomé”, de François Dubois. La pintura representa la terrible Matanza de San Bartolomé (1572), en la que, en el contexto de las guerras de religión europeas, los católicos franceses persiguieron y asesinaron a los protestantes hugonotes durante días. Las cifras de asesinados ascendieron a entre 10.000–20.000 personas.

Estos días, con la crisis diplomática abierta entre España y Marruecos veíamos de nuevo como el discurso racional y serio sobre el problema quedaba aplastado en las redes por el sentimiento: el sentimiento de compasión, noble pero envuelto a menudo en retóricas utópicas y carentes de una mirada estratégica, de realpolitik; y el sentimiento de miedo, de indignación, derivado en no pocos casos a una deshumanización de los inmigrantes empujados a las fronteras por el gobierno marroquí (carente de humanidad alguna en el trato a sus propios ciudadanos) que cruzaban ilegalmente la frontera presas de una desesperanzada esperanza.

Una trabajadora de la Cruz Roja que abrazó a un joven africano derrotado por las lágrimas era acosada en redes y descalificada al tiempo que sus críticos despersonalizaban al joven calificándolo sólo como “el ilegal (recordemos lo de “el judío”). Las raíces del odio son profundas y empiezan con una versión verbal deseando el mal, la muerte, la violación; echando lejía en el suelo por el que pisan representantes políticos para desinfectar, tirando piedras, poniendo sus caras en dianas o enviando balas. Cuando los protagonistas del odio son líderes políticos esa amenaza y desprecio se extrapolan a sus votantes, claro. Los socializan en la deshumanización.

Cuando las lágrimas de otro ser humano dejan de conmovernos, debemos vigilar a qué rincones oscuros de la deshumanización nos pueden estar llevando nuestros pasos. La llamada a encerrase en la tribu y odiar a las demás es una permanente tentación contra la que luchar en un mundo irremediablemente conectado.

Remarca José Antonio Marina en su obra Biografía de la inhumanidad (2021) que la clave del problema se halla en la progresiva pérdida de la compasión que ha experimentado nuestra sociedad. En parte debido a un malentendido en el significado del término, ya que compasión no equivale a paternalismo ni a caridades estéticas. La compasión supone una de nuestras más firmes características humanizadoras.

En el infame libro Mi Lucha , Adolf Hitler dejaba claro su desprecio a conceptos como el de humanidad, paz o compasión. Para él y su seguidores, admiradores de la obra de Nietzsche y su superhombre, la “humanidad de los individuos” no tenía importancia alguna. Solo la “humanidad de la naturaleza”, que “aniquila a los débiles para dejar espacio a los fuertes”. Como tantos otros megalómanos, Hitler subestimó también el poder de la compasión, que ha logrado grandes cosas en la Historia, desde colaboraciones mundiales para paliar hambrunas hasta complejas estructuras políticas donde países que antes se odiaban trabajan por un destino y una paz comunes.

Por contra la compasión enuncia un sentimiento profundo de conexión con el sufrimiento del otro, de ponerse en sus zapatos apelando a la humanidad compartida más allá de la simple empatía. De conmiseración, de comprensión más allá de las diferencias superficiales. Si se pierde esa capacidad lo único que nos queda es la ley del más fuerte, la ley de la selva, los mantras del puñetazo en la mesa y el escupitajo en la cara. La violencia que de forma genética y natural habita en nosotros se desboca en el momento en que perdemos toda compasión por el vecino y lo convertimos en un ser prescindible.

--

--

Democrítikos

Espacio de análisis político, histórico y cultural. Soy David, un periodista interesado en informar, formar y entretener. Pensamiento crítico y ecuánime.