“Ni libertad, ni igualdad, ni fraternidad”
Fascismo y Anti-Ilustración
Árbol y ramas
Hoy, en vez de recurrir a nuestro diccionario político, detengámonos en una cuestión candente y preocupante: el avance de posturas nacionalistas, autoritarias y esencialmente anti-igualitarias. Y para ello comienzo con unas palabras escritas hace mucho tiempo:
La constitución de 1795, al igual que sus predecesoras, está hecha para el hombre. Pues bien, no existe en el mundo tal cosa como el hombre. A lo largo de mi vida he visto franceses, italianos, rusos, etc.; sé incluso, gracias a Montesquieu, ‘que se puede ser persa’; pero en lo que atañe al hombre, declaro no habérmelo encontrado nunca en mi vida; si existe, es para mí un desconocido.
Parece extraño que inicie este análisis con las palabras de un personaje defensor del Antiguo Régimen como era el aristócrata Joseph de Masitre (1753–1821), pero es que vamos a hablar de opositores a la Ilustración. Y hablo de este escritor porque creo que la valoración que sobre De Maistre hizo el brillante pensador liberal demócrata Isaiah Berlin es perfecta y actual para entender las raíces ideológicas de los espacios políticos que están volviendo a ganar adeptos, y que recuperan discursos que creíamos derrotados definitivamente en 1945. ¿El fascismo o el nazismo tienen algo que ver con esas palabras del inicio? ¿De qué fuentes bebe el nacionalismo identitario que repunta hoy?
Si el lector sigue escéptico, le invito a que compare lo que acaba de leer, escrito por De Maistre, con este otro texto escrito casi dos siglos después:
Como consecuencia de la Revolución Francesa (1789), un derecho civil fue progresivamente insinuándose en todos los estados, y su efecto fue que el concepto jurídico de ciudadanía se desgajó por completo de la pertenencia racial. El nacimiento y la raza habían dejado de tener peso alguno en la atribución de la ciudadanía: “Todos aquellos que tienen rostro humano — se decía por entonces — son iguales”. (…) La afirmación según la cual son iguales todos aquellos que enarbolan un rostro humano no es compatible con la vida real. La esencia, no solo de los hombres, sino también de todas las cosas es la diferencia.
¿De dónde proviene esta inquietante reflexión? De un manual de formación de las SS durante el régimen nazi. ¿Qué tendrán que ver un personaje defensor del Antiguo Régimen y el nazismo?, te preguntarás, estimado lector. Mucho. Ambos se apoyan en una reacción contra los postulados propios de la Ilustración: la Razón como guía, la visión optimista y de progreso sobre el ser humano y las revoluciones políticas y sociales de finales del XVIII y XIX, que destruyeron el dogmático derecho divino y el principio monárquico absoluto, para convertir a los súbditos en ciudadanos y a las constituciones en el límite de todo poder.
Pero la relación que presento va más lejos. El saboyano Joseph de Maistre no fue como Louis Bonald (uno de los máximos representantes de la reacción a la modernidad política surgida de la Revolución Francesa) o como Donoso Cortés, un reaccionario español referente para los enemigos del liberalismo constitucional.
Al contrario, como defiende Berlin, De Maistre fue un “visionario” y un “ultramoderno” a su manera. Era tan, taaaan reaccionario que terminaba siendo revolucionario, por así decirlo…. y siguiendo la definición original de revolución (que no es la que damos hoy). Su cristianismo apasionadamente inquisitorial (llamado por algunos biógrafos “cristianismo del terror”) era tan regresivo que terminaba siendo una extraña forma de paganismo. Su negación de la “existencia del hombre”, es decir, de la humanidad como sujeto común, terminaba contradiciendo el mensaje universalista del cristianismo y también las — entonces — nuevas ideas universalistas laicas de los pensadores ilustrados. Era, pues, ferozmente anti-igualitario.
De Maistre previó lo que sería el núcleo ideológico del fascismo y el nazismo, de la extrema derecha y sus diferentes caras: el anti igualitarismo más puro, la negación de la humanidad como concepto universal, frente a una pasión militante por la diferencia, la lucha darwinista por la superioridad étnica-nacional y una mirada sombría, agresiva y pesimista de la vida.
Darwinismo social: “que viva el más fuerte”
Hagámoslo una vez más. Tomemos una reflexión terrible de De Maistre (darwinismo antes de Darwin, dicen algunos analistas) sacada de su obra Las veladas de San Petersburgo, y veamos cómo encaja con el marco ideológico anti-ilustrado e identitario. Obsérvese lo determinista, lo ominoso de sus palabras:
En el vasto dominio de la naturaleza viviente reina una violencia manifiesta, una especie de rabia prescrita, que dirige a todos los seres hacia una ruina común; tan pronto se deja atrás el mundo inanimado, uno se encuentra con el decreto de la muerte violenta, escrito sobre las fronteras mismas de la vida. (…) Una fuerza oculta y palpable a la vez se muestra continuamente ocupada en poner al descubierto el principio de la vida por medios violentos.
Cada gran división de la especie animal ha elegido cierto número de animales a los que ha dado el encargo de devorar a los demás; así, pues, hay insectos de presa, reptiles de presa, pájaros de presa, peces de presa y cuadrúpedos de presa. No pasa un instante sin que un ser viviente sea devorado por otro. Sobre estas numerosas razas de animales está colocado el hombre, cuya mano destructora no deja libre nada de lo que vive; mata para alimentarse, mata para vestirse, mata para resguardarse, mata para atacar, mata para defenderse; mata para instruirse, mata para divertirse, mata por matar; rey soberbio y terrible, necesita de todo y nada le resiste. (…)
Pero esta ley, ¿no se cumplirá en el hombre? Sí, sin duda. Pues entonces, ¿qué ser exterminará a aquel que a todos extermina? Él mismo. El hombre es quien está encargado de degollar al hombre. (…)
De este modo se cumple sin cesar, desde el más pequeño insecto hasta el hombre, la gran ley de la destrucción violenta de los seres vivientes. La Tierra entera, empapada continuamente en sangre, no es más que un inmenso altar donde todo lo que vive debe ser inmolado sin fin, sin medida, sin descanso, hasta la consumación de las cosas, hasta la extinción del mal, hasta la muerte de la muerte.
Aterrador. El “hombre” aparece aquí, sí, pero solo como voluntad destructora, competitiva y supremacista, sin libertad, sin autonomía, sin escapatoria…sin humanidad. Parece una descripción infernal.
Y ahora leamos al mismísimo Adolf Hitler (Monólogos 1941–1944):
Puede parecer espantoso constatar que, en la naturaleza, un animal devora a otro (…) Pero una cosa es cierta: en nada podemos cambiarlo (…) Lo que yo me digo es que solo cabe hacer una cosa: estudiar las leyes de la naturaleza para evitar entrar en contradicción con ellas: ¡No podemos alzarnos contra el firmamento! Si queremos a toda costa creer en un mandamiento divino, que sea este: preservar la raza.
Las conexiones son, a mi juicio, más que evidentes. Como ha subrayado Berlin, para De Maistre, los enemigos, los otros, deben ser eliminados mediante un tipo de violencia purificadora, y tanto el fuego de la Inquisición como la espada de la guerra representaban para él esas armas de pureza. Hitler se adscribía a esa cosmovisión y la llevó a cabo de la forma más mortífera que la historia ha contemplado.
Para De Maistre los enemigos no eran solo todos aquellos que pudieran amenazar o alterar el orden cristiano (judíos, protestantes, ateos, científicos, filósofos ilustrados, periodistas, demócratas, anti monárquicos, etc.). Lo eran también los de un “escalón inferior” al hombre blanco, los otros no europeos, que eran en el fondo, para De Maistre, “subhumanos”, un experimento fallido de Dios.
De Maistre se adelantó aquí a las teorías del racismo científico de Gobineau o a la eugenesia de Francis Galton, tan presente durante el siglo XX, y sustento básico de la propia ideología nazi. Recordemos que una de las primeras medidas del régimen nazi fue la esterilización masiva, pero este procedimiento ya se realizaba en democracias como la estadounidense. Hitler había leído intensamente a Henry Ford (antisemita recalcitrante). El rechazo a todo el legado de 1789, a la Ilustración o al humanismo cristiano se hace evidente en estas posiciones, y es lo que habilita para deshumanizar a los otros y expulsarlos del “cuerpo sano” de una comunidad dada.
Los creyentes de este darwinismo social tenían por enemigas totales las palabras de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos: “Sostenemos como evidentes estas verdades, que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.” También confrontaban con el núcleo doctrinal de la francesa Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789): “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. Obsérvese que dicho artículo no dice “Los franceses nacen y permancen libres….”, sino “Los hombres…”. Hay una vocación universal que los anti-ilustrados fascistas y ultranacionalistas rechazan. El nacionalismo identitario no puede ser universalista, ni posee una ética de los derechos humanos. En su mundo hay nacionales y foráneos, leales o traidores a la sangre. Y la igualdad esencial no existe para los apóstoles del racismo: “Los hombres son creados desiguales, y cada uno tiene su sitio”, esa sería su versión. Y con énfasis en “hombres”, claro: la mujer está ausente.
Por tanto podemos afirmar que el fascismo, el nazismo, el supremacismo blanco, el fanatismo terrorista y las múltiples variantes de estas retorcidas ramificaciones ideológicas en la actualidad representan la oposición a todo universalismo racional: es la Anti-Ilustración o, también llamada por algunos La Ilustración Oscura. Este término ha sido acuñado por ideólogos de este movimiento, principalmente provenientes del ecosistema tecnológico de Estados Unidos, con Peter Thiel a la cabeza (antiguo compañero de Elon Musk). Ideólogos que ahora tienen presencia indirecta o directa en las instituciones estadounidenses, en el país más poderoso del mundo. Hoy muchos partidos y líderes de opinión radicales se adhieren a teorías de raíz supremacista y nazi como la llamada teoría del Gran Reemplazo, que bebe de los viejos libelos de sangre antisemitas o de bulos como Los Protocolos de los Sabios de Sión.
Problemas (y soluciones) para definir “fascismo”
Lo descrito anteriormente expone, sin duda, el núcleo duro filosófico que sostiene a la ideología fascista y sus variantes, a pesar de las muchas discrepancias en las definiciones y las adaptaciones locales de la misma.
Varios de los más importantes estudiosos especializados en el fascismo (Roger Eatwell, Robert Paxton, Stanley Payne, Roger Griffin, etc) coinciden en que se trata de una de las ideologías más complicadas de definir. Con ella pasa como con el concepto de tiempo: si no nos preguntan qué es, sabemos qué es; si nos lo preguntan empiezan las definiciones alargadas, extrañas, insuficientes y contradictorias. En el caso del fascismo (o fascismos, en plural) la clave de la dificultad es triple: por un lado, al contrario que otras ideologías, no existe un corpus intelectual fascista que pueda considerarse ortodoxo, como sucede con los escritos de Marx para los socialistas.
Hay importantes teóricos del fascismo, pero siempre importó más lo que hacían los líderes y lo que sancionaban en cada momento (que era cambiante) antes que cualquier programa o manifiesto, ya que los fascistas desprecian el racionalismo y la intelectualidad, y adoran el caudillismo y la acción directa. Ese caudillismo queda bien reflejado en dos famosos lemas fascistas italianos:“Credere, Obbedire, Combattere” (“Creer, Obedecer, Combatir”) y en “Mussolini ha sempre ragione” (“Mussolini siempre tiene razón”).
El segundo problema es que el fascismo es un fenómeno de nacimiento local que se volvió internacional (al contrario que el comunismo, que nació internacionalista y acabó configurándose de manera diferente según la nación). Esto obliga a angulosas discusiones sobre si tal o cual régimen que colaboró o se sintió cercano al fascismo italiano — o alemán — es propiamente fascista. Incluso algunos teóricos fascistas actuales — y de entonces — rechazaron al régimen nazi como una desviación del fascismo “original”.
Pero ni toda dictadura militar nacionalista es fascista, ni toda teocracia, ni todo régimen que adoptase algunos aspectos retóricos o políticos del fascismo implica realmente fascismo. Sería como decir que todo régimen democrático, por tener elecciones regulares, es verdaderamente democrático: ¿si no se respetan los derechos de las minorías e individuos podemos hablar de democracia o de un simple mayoritarismo? ¿Cuántos tipos de democracia hay? Recordemos nuestra entrada sobre la soberanía.
A esto se suma el dilema económico, pues los regímenes fascistas practicaron políticas económicas que hoy asociamos tanto a la derecha como a la izquierda, y todo ello en medio de una situación prebélica y bélica, lo que enreda aún más el asunto, ya que no hemos podido observar estos regímenes el tiempo suficiente en período de paz y estabilidad económica (las cuales son incompatibles con un régimen verdaderamente fascista por su belicismo) para saber si los aspectos más sociales de sus programas se hubiesen cumplido o habrían quedado abandonados.
Como indica Roger Eatwell en su ensayo del Oxford Handbook of Political Ideologies (2013):
De todas las grandes ideologías, el fascismo es la más escurridiza. ¿Existía una ideología fascista antes de la fundación de los Fasci di Combattimento en 1919 por Benito Mussolini, un apóstata ex dirigente socialista que rebautizó el grupo en 1921 con el nombre de Partido Nacional Fascista Italiano (PNF)? ¿Era el fascismo una concepción alternativa de la modernidad, o más bien un tipo de política conservadora basada en formas modernas de activismo y estilo? ¿El racismo y el virulento maniqueísmo del nacionalsocialismo alemán lo hacen sui generis? ¿No estaba el fascismo en la práctica impulsado más por la violencia nihilista que por la ideología, encapsulada en la célebre cita (errónea) nazi: “Cuando oigo la palabra “cultura”, saco la pistola”?
El tercer problema es que, dada la derrota militar de los regímenes más estereotípicamente fascistas (Italia, Alemania y, en menor medida, Japón), la propia palabra fascista se tornó un insulto genérico para denotar autoritarismo, violencia política, nacionalismo o represión de estado. Familias políticas y partidos antagónicos se han calificado mutuamente de fascistas con enorme facilidad — y frivolidad — , con la consecuencia lógica de que si todo es fascismo nada lo es. Debemos saber que los fascistas actuales saben qué son, y a menudo si uno bucea en sus foros, textos y espacios se da cuenta de que desprecian — o se ríen — de ese tipo de descalificaciones vacías entre “partidos burgueses”.
En su día, entre socialistas y comunistas, se empleaba el término contra el otro grupo (los socialdemócratas eran llamados socialfascistas por los comunistas ortodoxos, que a su vez eran señalados por los pactos de Stalin con Hitler). Por supuesto, desde las izquierdas se tiende a calificar a buena parte de la derecha política, a banqueros, líderes carismáticos y religiosos, etc. de fascistas. Algunos posmodernos entienden esto como una mera performance. También se emplea muy rápido para partidos radicales de derecha. La banalización del término provoca aún más niebla sobre las definiciones y los consensos politológicos. Pero no es imposible definirlo y vincularlo a los movimientos de extrema derecha actuales, para lo cual es más útil la historia que la ciencia política.
En honor a la brevedad escojo la que me parece más acertada, escueta y precisa: para Roger Griffin el fascismo es “una forma palingenésica de ultranacionalismo populista”. Puede leerse en detalle aquí. El propio autor señala que personas de militancia fascista le han contactado para decirle que “se sentían identificados con esa definición”. Ya hemos visto que “populista” no es percibido como un insulto para quienes se reclaman populistas, a pesar del férreo elitismo que, al final, anida en el fascismo.
Las teorías conspirativas como la del Gran Reemplazo han sustituido en el mainstream de la extrema derecha a los viejos libelos de sangre antijudíos. Aunque el antisemitismo y las apelaciones a lo ario siguen latentes en muchos de estos movimientos, la configuración del odio se ha desplazado hacia un genérico blancos vs no blancos, y aquí se pone además un especial énfasis en el rechazo hacia los grupos étnicos de África y Oriente Medio. En el caso de Oriente se precisa aún más, con una fobia sistémica a todo lo islámico o percibido como tal (lo árabe, lo moro, también), sin distinguir entre islam e islamismo, que sería algo así como no distinguir entre cristianismo y Ku Klux Klan solo porque miembros del Klan se digan cristianos.
“¡El fascista eres tú!”
Tres escuelas dominantes del pensamiento político moderno interpretaron el fascismo a su manera, pero las tres con carencias importantes. Para los marxistas, el fascismo no era más que una autodefensa brutal del Gran Capital frente al movimiento obrero. Es decir, desde la óptica marxista el fascismo era una falsa revolución nacional orientada simplemente a parar los pies al socialismo en nombre de un movimiento interclasista que en última instancia, apoyado por industriales y sectores conservadores, servía para proteger el capitalismo de la revolución proletaria. Esta visión pasaba por alto la importancia del racismo, que estaba muy extendido entre los proletarios de ese pueblo llano al que los marxistas ponían en un pedestal moral.
Para los liberales, en cambio, el fascismo sería un rescoldo peligroso y dañino de la mentalidad anti-ilustrada del Antiguo Régimen, un movimiento anti moderno y totalitario dirigido a anular constituciones y estados de derecho de base liberal para recuperar los “valores tradicionales” por la vía de la violencia y la arbitrariedad jurídica. Un asalto a la Razón, que la Ilustración coronó como herramienta suprema en la construcción de regímenes políticos. A esta narrativa me he adherido en el análisis, como puede verse, aunque con matices. La ceguera de un liberalismo económico elitista y dogmático, mutado en “darwinismo de mercado”, echó (y echa) leña al fuego de populismos que beben de la desesperación económica y los agravios.
Por último, para muchos conservadores y tradicionalistas el fascismo sería la consecuencia lógica de la sociedad de masas, de las sociedades industriales, que habían dejado atrás los atávicos lazos de la tierra, la familia y la religión. Una especie de reacción violenta a los males materialistas del liberalismo y a la dejación de funciones sociales en muchas democracias, además de un producto de rebeldía juvenil contra los sabios del pasado. Una religión laica y blasfema en nombre de la nación o la raza, que vendría a llenar el vacío espiritual dejado por el legado de las revoluciones liberales y el socialismo. Esta descripción podían hacerla tanto si lo apoyaban como si lo rechazaban.
Pero en todos los casos lo que vemos es un intento de alejarse del fascismo, de decir “esto no tiene nada que ver conmigo”. Sin embargo, como señala Eatwell:
La ideología fascista (…) buscaba un amplio conjunto de síntesis en torno a sus temas centrales, entre los que se incluían: un compromiso con la ciencia, por ejemplo para comprender la naturaleza humana, y un interés más antirracionalista y vitalista por las posibilidades de la voluntad; entre la fe y el servicio del cristianismo y el heroísmo del pensamiento clásico [ y el paganismo]; y entre las relaciones de propiedad privada más típicas de la derecha y una forma de asistencialismo más típica de la izquierda. Como escribió Mussolini: “De las ruinas de las doctrinas liberales, socialistas y democráticas, el fascismo extrae los elementos que aún son vitales… crea una nueva síntesis”.
Conclusión: el absolutismo reconstruido
Ya hemos analizado las raíces del pensamiento anti-ilustrado, que regresa como vino picado en odres nuevos. ¿Pero qué pasa con el derecho? Vivimos en estados de derecho, en los que el sujeto de derechos es el individuo, se supone. Una vez más la respuesta anti-ilustrada y antiliberal plantea que no, que los individuos no son los verdaderos sujetos de derechos. En esta línea resulta clave la influencia de la teoría jurídica y política de Carl Schmitt, el jurista de referencia de los nazis. Iván Ilyin, del cual hablamos en mi pieza sobre la ideología de Putin, lo admiraba, y tanto los fascismos, como los absolutismos pasados y los nuevos movimientos autoritarios que despuntan asumen el planteamiento de Schmitt: es soberano quien puede declarar un estado permanente de excepción, y la política consiste en identificar al enemigo y neutralizarlo. Es decir, adiós a constituciones que limiten y separen los poderes, adiós al estado de derecho basado en las garantías, adiós a la soberanía popular o al pluralismo. Regresa el soberano, hay “nostalgia” del mismo, por citar el libro de Manuel Arias Maldonado.
La dialéctica de Schmitt asumida por los herederos de la Anti-Ilustración es la de entender la política como un juego de suma cero, en el que no hay espacio para negociación o consensos. Es el darwinismo social, propio de la concepción fascista de la vida, aplicado al derecho, a la política y la geopolítica. Por ejemplo, el derecho de conquista que reclama Putin sobre los territorios ucranianos, apela a esto, en vez de al derecho internacional basado en reglas. De Maistre, Schmitt, Hitler y Putin tienen esto en común: desprecian toda concepción de derecho internacional y de estado de derecho garantista, porque dificultan la realización de sus absolutistas aspiraciones espirituales, políticas o nacionales.
Es, en definitiva, la sustitución de la fuerza de la razón por la razón de la fuerza. La sustitución del ciudadano por el súbdito. De la Constitución por el poder carismático. De los derechos inalienables por los derechos revocables. El regreso al Antiguo Régimen.