Diccionario Político: Irredentismo
La Caja de Pandora territorial
Diccionario Político comentado. Entrada 3.
Definición
En 2020 la famosísima cantante Dua Lipa (británica con padres albano-kosovares, refugiados de la guerra) protagonizó una polémica de corte político: compartió un mensaje en Twitter que muchos interpretaron como “fascista” y “nacionalista”. En el post, Dua Lipa presentaba la definición del adjetivo “autóctono” como “indígena, en lugar de descendiente de inmigrantes o colonialistas” junto a un mapa de Albania con las fronteras extendidas hasta el territorio albanés perdido tras la Segunda Guerra Mundial. Este mapa presentaba una Albania que incluía Kosovo, Serbia y partes de Grecia.
Las reacciones no se hicieron esperar. Para unos era una mera reclamación de respeto hacia los albaneses de los Balcanes y sus descendientes en todo el mundo; para otros, especialmente para los serbios, era una intolerable reclamación irrendentista de la Gran Albania. Figuras públicas albanesas salieron a acusar, a su vez, a los serbios, de “negacionistas” y “fascistas”. La batalla identitaria estaba servida.
Más cerca en tiempo y espacio: Portugal, septiembre de 2024. El ministro de Defensa de Portugal hace saltar las alarmas diplomáticas con sus declaraciones sobre la localidad de Olivenza, en Extremadura: “Es portuguesa y deberá ser entregada (…) Olivenza es portuguesa, naturalmente. Y no es ninguna provocación”. Integrante del gobierno conservador liderado por Luís Montenegro, el ministro luso hace estas afirmaciones en Estremoz, a 60 km de la frontera. Provoca un pequeño incidente que obtiene respuesta española: Guillermo Fernández Vara, expresidente socialista de la Junta de Extremadura, defendió que su localidad natal era “una ciudad extremeña y española, orgullosa de su pasado portugués”. Vamos, que la historia en historia se quedaba, lo que importaba era la situación presente. Aludió también a la virtual inexistencia de fronteras entre ambos países en el contexto de la UE.
El alcalde de Olivenza rechazó las declaraciones del ministro, que también encontraron contestación dentro del propio Portugal: el secretario general del Partido Socialista portugués afeó que un integrante del gobierno pusiera en un brete la política exterior con España por aspiraciones irredentistas. Ante la inminente cumbre hispano-lusa, el Ministerio de Exteriores del país vecino trató de cerrar la controversia de forma tajante: “No consta en la agenda. Ni constará”.
Si uno consulta la Wikipedia en español y en portugués comprueba que se define de forma distinta a Olivenza según el idioma. Y si uno mira la discusión sobre la página en ambos idiomas encuentra una batalla campal entre portugueses y españoles: para unos es una ciudad “portuguesa administrada por España”; para otros “es española” por derecho y hecho.
Pero, ¿qué es esto del irredentismo, que tantos problemas parece causar? Como de costumbre, atendamos primero a las definiciones básicas. La RAE nos dice que es:
m. Actitud política que propugna la anexión de un territorio irredento a una nación a la que se considera que debe pertenecer.
A esto sigue la definición de irredento:
adj. Dicho especialmente del territorio que una nación pretende anexionarse por razones históricas, de lengua, raza, etc.: Que permanece sin redimir.
Pero ahondemos más. ¿Qué significa redimir?
tr. Rescatar o sacar de esclavitud al cautivo mediante precio. Poner término a algún vejamen, dolor, penuria u otra adversidad o molestia.
He aquí la clave subjetiva: se interpreta que un territorio habitado por una serie de ciudadanos necesita ser redimido, rescatado, para regresar a algún tipo de “esencia nacional” que ha sido corrompida. Se trataría, a ojos del irredento, de volver a pegar un miembro amputado. No es casualidad que Europa, cuna del nacionalismo moderno y repleta de macro y micro identidades en conflicto, figure en los orígenes del término, a pesar de ser un fenómeno global.
El Diccionario de Ciencia Política (Bealey: 2003) nos dice que la palabra la puso de moda Italia y que allí se usaba para referirse a partes del “Trentino e Istria, que permanecieron en poder de Austria mucho tiempo después de que se produjera la unificación italiana en 1870.” Es conocida la anécdota del poeta y político Gabriele D’Annunzio arrojando propaganda irredentista sobre Trieste a principios del siglo pasado. La Asociación Nacionalista Italiana, en la que militó, apoyó entonces la expulsión de la población austríaca residente en tierras italianas.
Las naciones europeas a lo largo del XIX y XX impulsaron constantes movimientos forzosos de población, por encima de los derechos individuales y el arraigo particular de las gentes en un lugar, en su empeño de hacer encajar etnia, estado, lengua y religión bajo una misma bandera y soberanía. Ni que decir tiene que esto mismo — con menor respeto aún — aplicaron a sus posesiones coloniales, por ejemplo llevando a África criterios de fronteras dibujadas con escuadra y cartabón, completamente ajenos a las costumbres y organizaciones políticas de los pueblos africanos.
Atendamos un momento a la imagen de arriba. Se trata de la obra La Tache Noire (La mancha negra), de Albert Bettannier. Fue pintado en 1887 y representa a estudiantes franceses a los que se les está hablando de las provincias perdidas de Alsacia-Lorena, tomadas por Alemania en 1871 tras la guerra con Francia.
En el país galo Jules Ferry, que fue ministro de Instrucción Pública y presidente, afrontó una importante reforma educativa: estableció un modelo de enseñanza pública laica, obligatoria y gratuita que contribuyó, por una parte, a forjar el ideario republicano a transmitir, y por otra, insistió en presentar la cartografía francesa de la época con Alsacia y Lorena pintadas de negro. ¿Por qué de negro? Para simbolizar el irredentismo sobre estas provincias, ahora alemanas: eran una mancha en la historia, una amputación a la nación que debía subsanarse…aunque costara más sangre en el futuro.
Con esos mapas (apodados “mapas de Ferry”) se instruía a los niños bajo la idea de vengar la afrenta de 1870, derrotando a los alemanes. La generación que aparece en el cuadro sería la que combatiría en las trincheras de la Gran Guerra. La película Joyeux Noel, que se ambienta en la Primera Guerra Mundial, recrea bien en su primera secuencia este sentimiento nacionalista, con la agresiva arenga adoctrinadora que recitan niños franceses, alemanes y británicos. En el caso francés, refiriéndose a las provincias perdidas dicen:
“Niño, mira en el mapa el punto negro que hay que borrar, remárcalo con tus deditos y píntalo de rojo*, si se trata de pintar. Después ignora lo que te depare el destino. Y prométeme que irás a buscar a los niños de Alsacia, que nos tienden los bracitos. Ojalá que en nuestra amada Francia, los verdes brotes de la esperanza florezcan gracias a ti, mi niño querido. Crece, crece, que Francia aguarda”.
*(El rojo era el color usado en otros mapas para indicar las posesiones francesas).
Cuando la guerra estalla, se recibe con júbilo por parte de miles de jóvenes adoctrinados por el chovinismo belicoso: “Por fin nos ocurre algo en la vida”, dicen en la película. Pero no lo que esperaban. Las imágenes reales de alegría que nos han llegado resultan más estremecedoras al conocer los mortíferos resultados de la guerra y su aún más nefasto legado. Decenas de millones de vidas segadas por el odio y el orgullo.
Elipsis temporal: en abril de 2013 se celebraba en Francia un referéndum para crear una nueva “colectividad administrativa” respecto a determinadas regiones con la pregunta “¿Está de acuerdo con la propuesta de creación de una colectividad territorial de Alsacia, fundiendo el Consejo Regional de Alsacia, el Consejo General del Bajo-Rhin y el Consejo General del Alto-Rhin?”, que incidía en un tímido proceso de descentralización que Francia había iniciado en los años 80.
El Frente Nacional de Marine Le Pen se posicionó en contra argumentando que supondría una pérdida de soberanía francesa en beneficio de la alemana (sic) y de la Unión Europea, de la que en ese momento Le Pen planteaba sacar a Francia. Para oponerse el partido sacó carteles victimistas como el de arriba, donde aparece una alegoría de Alsacia con su traje típico siendo agarrada por un bruto fumador que lleva unas insignias alemana y europea, y que la aleja de Marianne, la mujer de gorro frigio que se emplea para representar a Francia. Recuerda a la vieja propaganda usada en el siglo XIX y XX (abajo).
El colapso de los imperios europeos, anteriores a las naciones y que albergaban numerosos pueblos y lenguas distintas, generó toda una plétora de reclamaciones territoriales, peticiones de unión o de secesión basadas en criterios étnicos y de soberanía. En los discursos rara vez se reconoce que se está creando una nueva soberanía, sino que se apela a la historia para hablar de una “soberanía recuperada” tras un largo período de tinieblas. Se repite el esquema bíblico de Paraíso-Caída-Redención.
De ahí que el uso de la palabra irredento, muy propia del lenguaje religioso, no sea para nada inocente. Hay mucha mística en estos debates, pues los nacionalismos siempre tratan de acotar de forma objetiva identidades construidas, subjetivas, mestizas y transversales, sujetas a cambios históricos y culturales que nadie puede congelar en el tiempo.
Son decenas los casos de gobiernos con aspiraciones irredentistas sobre territorios cedidos o perdidos en el pasado, y todo el mundo cree tener la razón claro: España mantiene una conocida posición irredentista respecto a Gibraltar, pero también otras menos conocidas, como la cuestión de las Islas Salvajes (entre Madeira y Canarias) disputadas a Portugal; Italia y Austria hacen resurgir de vez en cuando sus pleitos por las regiones limítrofes, que cuentan con población de habla alemana. Hungría y Rumanía colisionan con cierta frecuencia respecto a Transilvania. Grecia y Macedonia del Norte (que tuvo que cambiar su nombre oficial por presiones griegas) tienen sus ocasionales regresos a la cara de perro — así como Grecia y Turquía a propósito de Chipre — . ¿Y qué decir de los Balcanes? El máximo polvorín de las disputas, unificaciones, reunificaciones y secesiones basadas en el historicismo y la identidad étnica o religiosa.
¿Qué decir también de las pretensiones irredentistas de Rusia sobre Ucrania, que han costado una guerra? Veremos qué sucede ahora en este caso, cuando parece que el dictador ruso va a salirse con la suya — gracias a Trump — en una especie de reedición del Pacto de Múnich, aquel que capitaneó Neville Chamberlain antes de la Segunda Guerra Mundial. “Paz para nuestra época”, dijo, en uno de los mayores errores de cálculo de la historia. Frente a la política de apaciguamiento con Hitler, Winston Churchill dejó una lapidaria reflexión para Chamberlain: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”.
Más allá de Europa hay casos muy conocidos, como la reivindicación de Argentina sobre las Malvinas; las pretensiones de China sobre Taiwán; el ideario de Azerbaiyán Entero… Varios movimientos separatistas de todo el mundo coinciden en un paradójico y doble interés: por una parte quieren separarse de un estado (y que sus ciudadanos pierdan territorio de facto, al reducir la comunidad política y económica) y, simultáneamente, aspiran a recuperar determinados espacios históricos perdidos o a expandirse.
Es el caso de algunos sectores del separatismo catalán que hablan de los Països Catalans; sectores del nacionalismo vasco que incluyen en la independencia lo que denominan Iparralde (el País Vasco francés), además de Navarra. Por su parte los kurdos, repartidos entre Turquía, Irak, Irán y Siria, exigen la unificación de regiones de estos estados para crear uno nuevo y común a su pueblo. El proyecto Irlanda Unida clama por una única Irlanda bajo una única soberanía…algo de lo que los británicos unionistas no quieren oír hablar. El caos del Brexit y la retórica antieuropea de sus defensores reactivó allí una disputa que había permanecido aletargada desde los famosos acuerdos del Viernes Santo (1998).
Comentario y actualidad
Adolf Hitler empleaba el término Gran Alemania y el concepto de “espacio vital” para justificar su expansionismo militar y sus brutales limpiezas étnicas en el este. Cuando la guerra acabó, millones de alemanes (entre otros) también fueron trasladados o cambiados de país por los vencedores. Hoy, en un mundo en el que avanzan las opciones políticas beligerantemente nacionalistas y obsesionadas con la pureza identitaria, cada vez más dispuestas a emplear las armas para “rescatar” territorios, el irredentismo regresa con una fuerza inusitada…y muy peligrosa.
En el fondo, es la vuelta a las ideas imperiales, a las naciones-imperio. Pero mientras los imperios solían ser multiétnicos, ahora se pretenden imperios nacionales homogéneos. En Grecia, el partido radical — ahora ilegalizado — Amanecer Dorado promovía la Gran Idea, que ambiciona una Gran Grecia con buena parte del territorio turco, Estambul incluida (se llamaría de nuevo Constantinopla). Está la Gran India (Akhand Bharat) promovida por el nacionalismo hindú, que pontifica sobre la unificación de los estados de Afganistán, Bangladés, Bután, India, Maldivas, Birmania, Nepal, Pakistán, Sri Lanka y Tíbet en una única nación.
Los nacionalistas israelíes pretenden un Gran Israel que expulse definitivamente a los palestinos. Putin recupera la propaganda de la Gran Rusia de los zares. Trump alza la voz en las cancillerías reclamando un nuevo imperialismo territorial, alejado del supuesto aislacionismo que caracterizaba el mantra “América Primero” y el proteccionismo económico. Ha recuperado en sus discursos el inquietante concepto de Destino Manifiesto, que trataremos en una próxima pieza, e incluso cambiado el nombre al Golfo de México por el de Golfo de América (entendiendo por América los Estados Unidos). China se alza cada vez más amenazante sobre la democracia taiwanesa con el objetivo declarado de ser “Una sola China” antes de 2050. Gran Albania, Gran Bulgaria, Gran Croacia, Gran Finlandia, Gran Hungría, Gran Irán….la lista es interminable y agotadora.
Esta situación bien puede compararse con el mito de la Caja de Pandora. Si se abre saldrán todos los males, todos lo fantasmas: las viejas rencillas europeas, los conflictos religiosos en en Oriente, los memoriales de agravios étnicos, las peticiones de cuentas al pasado sin importar lo remoto que sea. Porque una cuestión de identidad no responde a la razón, sino a la emoción. En otras palabras, aunque parezca impensable, se vislumbran de nuevo la guerra y las limpiezas étnicas. Una expresión aterradora de eso que he llamado en otras piezas “el gobierno de los muertos sobre los vivos”. La prisión de la historia.
Es inevitable por mi parte predecir que, si en cada país llega al poder un partido nacionalista e irredentista mientras se produce un giro ideológico que haga retroceder el sujeto de derecho desde el ciudadano a la nación, el conflicto está asegurado. Justamente todo aquello contra lo que nacieron la Unión Europea, el derecho internacional, la ONU y los vínculos comerciales globales. Los derechos son de las personas, no de las naciones. No existe tal cosa como los “derechos históricos”. Mientras persista esa idea, el irredentismo pervivirá.
Esperemos que, como en el mito de Pandora, la caja se cierre lo suficientemente rápido como para que en su fondo quede un elemento clave: la esperanza.
¿Y tú qué piensas, estimado lector, sobre el fenómeno del irredentismo? ¿Llegará la sangre al río o quedará todo en pura retórica? ¿Qué define a una nación y qué la vincula con el pasado y futuro? ¿Qué crees que ganará en la pugna entre integración internacional y nacionalismo? ¿Hacia donde crees que vamos?